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2016 WINTER

REPORTAJE ESPECIAL

El cine coreano en el SXXI: Presente y futuroREPORTAJE ESPECIAL 6Vagos recuerdos de los viejos cines

Los cines han experimentado una transformación en paralelo a otros cambios producidos en la sociedad. Las salas de doble función ubicadas en la entrada del mercado local solían operar como una especie de espacios culturales en cada barrio, pero han sido sustituidas por multiplex construidos con grandes inversiones de capital. La era de los cines en los que se proyectaba una sola película quedó atrás y los multiplex ofrecen una gran variedad de opciones en el mismo lugar.

El ahora extinto TeatroGukje, cerca de Gwanghwamun,en el centrode Seúl, repleto decinéfilos durante lasvacaciones de Chuseoken septiembre de 1962.

Al igual que una antigua estatua griega o una concha de tortuga con viejas inscripciones chinas rescatada de las profundidades de la tierra después de una eternidad, los recuerdos desenterrados del pasado suelen despojarse de sus lados más oscuros y pasan a ocupar partes brillantemente iluminadas de la memoria. Tanto los individuos como los grupos tienden a reconstruir o adornar fragmentos de una vida corriente y ordinaria con las mejores escenas posibles. Gracias a esta sorprendente capacidad de reminiscencia, todos solemos guardar un gran aprecio por nuestra infancia y algunos llegan incluso a crear sus propios mitos sagrados. Los bien conocidos intentos de Walter Benjamin de excluir la palabra “yo” de todas sus misceláneas, a excepción de las cartas personales, apuntan a un frustrado y concienzudo deseo del científico literario de escapar de este tipo de trucos de la memoria. Yo, por el contrario, no tengo remordimiento alguno a la hora de repasar mis recuerdos, que no son ni especiales ni coherentes, porque mi intención no es llegar a la esencia sino describir el ambiente.

Luz y oscuridad

Recuerdo el día en el que fui al cine con mi madre por primera vez en mi vida. Ella llevaba un bonito vestido coreano tradicional hanbok de color azul cielo, una prenda que solo se ponía en ocasiones especiales, y portaba una pequeña sombrilla. Tras superar una colina caminamos bajo el sol ardiente a lo largo del ferrocarril de vía estrecha de la línea Suwon-Incheon. Mientras seguía a mi madre, una mujer alta de 39 años, la miraba de vez en cuando tratando de ocultar mi emoción y una inexplicable sensación de culpabilidad. Era 1967 y yo estaba en segundo curso de primaria, casi a punto de concluir mis vacaciones de verano. Ese día vimos la película de animación “Hong Gil-dong” (un equivalente coreano de Robin Hood). Una breve investigación me revela que la película se estrenó en enero de ese año, atrayendo a 10.000 espectadores en tres días, probablemente durante las fiestas del Año Nuevo Lunar. La nueva proyección de la película tuvo lugar en agosto y fue entonces cuando fuimos a verla. No hace falta decir cuán insistentemente rogué a mi madre que me llevara. En aquel entonces yo era un devoto lector del Chosun Ilbo Infantil, que publicaba la serie de cómics “El héroe Hong Gil-dong”, de Shin Don-wu. Así que supongo que sabía desde el primer momento que esta serie se había transformado en una película.

No recuerdo el contenido del filme, pero sí los detalles de la sala: las cortinas gruesas y suaves que tocaban mi rostro en cuanto se abría la puerta, el olor a sudor y moho que emanaba de la oscuridad, y el aire tibio mezclado con el calor de la gente. Penetré en el lugar, arrastrando los pies y tanteando la pared. El oscuro pasillo tenía un suelo escalonado y pude ver vagamente una hilera de sillas en cada nivel, así como el contorno de una cabeza sobre cada una de ellas. Nada parecía garantizar nuestra seguridad en la penumbra, pero mi madre no tuvo problema alguno para llevarme a una silla vacía y sentarme allí. Un rayo de luz pasó sobre mi cabeza y las partículas de polvo bailaban a lo largo del haz azul.

Incluso ahora, cuando salgo del cine después de una película siempre me siento como si fuera expulsado del vientre de mi madre a la feroz luz de la calle. Mi corazón oscuro e irregular necesita un tiempo considerable para adaptarse al ritmo de la calzada tranquila y extraña.

Wang Yu y Li Ching

Después de esta memorable experiencia, empecé a frecuentar los cines del barrio con mis amigos. En general estaban ubicados en los mercados. En los escondrijos de las salas llenas de gente se desarrollaban todo tipo de flagrantes delitos, así como dramas que giraban en torno a personas que amaban, traicionaban y se vengaban. Para unos muchachos que no tenían nada a su disposición para divertirse, al margen de desenterrar raíces de las plantas u observar los antiguos trenes pasar con su ruidoso murmullo, ir al cine era un pasatiempo irresistible y también peligroso. Conseguíamos sortear a los implacables guardias que intimidaban a los clientes menores de edad, pero siempre estábamos asustados y desconcertados por la presencia de los “asientos del inspector local” reservados para agentes de la policía a ambos lados de la sala en la parte trasera. Estos asientos se habían instalado durante el período colonial japonés para censurar películas y se conservaron mucho tiempo después de la liberación con el pretexto de mantener el orden en el cine. Aunque normalmente permanecían desocupados, me hacían preguntarme cómo ese refugio dedicado a la pasión y el entretenimiento también podía ser un lugar de algún modo inapropiado, sujeto a vigilancia y control.

En todo caso quedamos cautivados por Wang Yu (también conocido como Jimmy Wang) en “The One-Armed Swordsman” (1967) y derramamos lágrimas con “Susanna” (1967) protagonizada por Li Ching. El primero de estos dos filmes aborda la historia de un hombre que pierde el brazo derecho en un desafortunado enfrentamiento, pero se entrena en el dominio de un estilo armado de lucha de sables para vengar la muerte de su padre y pagar los cuidados de su maestro. Aunque la historia en sí era bastante interesante, yo estaba especialmente fascinado por el actor principal, Wang Yu. Contenía la respiración cuando sus temblorosos y sombríos ojos brillaban en la oscuridad. Todo muchacho que hubiera visto esa película intentaba imitar los estoques de espada del protagonista con su brazo derecho escondido dentro de la camisa, derrotando a un enemigo imaginario durante el camino de vuelta a casa.

En el Festival Internacional de Cine de Busan de 2013, Wang Yu recibió el Premio Estrella de Asia al Mejor Actor Masculino. A los 70 años de edad en aquel momento, el actor proclamó en su discurso de recogida del galardón: “Gracias por recordarme”. Kim Ji-seok, productor ejecutivo del BIFF, subió al escenario y le dijo: “¿Cómo podríamos olvidarnos de usted? Seguro que casi todos los coreanos de mediana edad le recuerdan y aprecian”. Y juro que no era una exageración.

“Susanna” también me causó una profunda impresión, pero de una manera diferente. Al atardecer yo subía la colina de detrás de mi casa observando el mar durante la puesta de sol y pensaba en los encantadores ojos de Li Ching, mientras tocaba con mi armónica la canción que comienza con los versos: “El sol se pone en el cielo; el viento se lleva las hojas”.

Los Ventures y los Spotnicks

En aquel momento no solo acudía al cine a ver películas extranjeras bien elaboradas y de gran éxito comercial. A menudo me divertía con una vulgar comedia o una película de acción de lo más chabacano, y también iba con adultos a ver filmes de propaganda, aplaudiendo cuando todos los demás lo hacían. Una de estas producciones fue “Montañas y ríos de las ocho provincias” (1967), sobre una pareja de ancianos que viaja por todo el país para visitar a sus hijas casadas. El propósito de este idílico drama familiar era alabar el desarrollo económico de Corea en su camino hacia la industrialización, dejando atrás la desolación de la guerra y la pobreza.En la década de 1970 me convertí en un adolescente al que ya no despertaban interés alguno las salas que mostraban propaganda de una forma obvia o las películas banales de los últimos años de la adolescencia. Además, la televisión llegó alrededor de ese tiempo y las “obras maestras del cine” emitidas cada fin de semana apagaron mi sed de “buenas películas”.

Los pequeños cines de barrio, otrora puntos de encuentro entre las callejuelas de los mercados al aire libre, comenzaron a desaparecer uno por uno y también dejó de verse al muchacho que silbaba y gritaba junto con los adultos del público cada vez que la proyección se cortaba en la mitad de la película, dejando a oscuras la sala. Sin embargo, en mi mente todavía hay imágenes del chaval con rostro serio que se apresuraba a acudir al cine cuando escuchaba los temas instrumentales de los Ventures o los Spotnicks, incluso si tenía que romper su hucha para comprar la entrada. Las piezas “Last Space Train” y “Johnny Guitar” de los Spotnicks llenaban el ambiente de la sala de doble función cuando la primera película terminaba y el proyeccionista preparaba la siguiente. Aunque siempre me han gustado especialmente los ritmos alegres y potentes de “Walk, Don’t Run” de los Ventures, los sonidos de la guitarra eléctrica de los Spotnicks, tan claros como el frío y radiante cielo escandinavo y lo más descarados posibles. Ah, y también, ¡oh, la inolvidable “Karelia”!

Gukdo & Garam es uncine con 143 butacas queproyecta películas deautor en Daeyeon-dong,Busan. Situado en unbarrio tranquilo, es unbaluarte para películasindependientes y cine deautor, que resulta difícilde encontrar en loscines multiplex convencionales.

En algún momento me di cuenta de que estaba más interesado en la música que en la historia. Las películas que vi en mi adolescencia, transcurrida en un misterioso letargo, se almacenan en mi memoria en forma de música en lugar de historias o escenas. Al pensar en “The March of Fools” (1975) de Ha Gil-jong oigo la ronca y sombría voz del cantante Kim Jeong-ho. “The Stars’ Heavenly Home” (1974) de Lee Jang-ho es inseparable de la agridulce melodía de guitarra de Kang Geun-sik. Y en el caso de la película “It Rained Yesterday” (1975), me evoca más recuerdos de las melodías de flauta de Jeong Seong-jo que de la actriz principal y su hermosa sonrisa.

Estos filmes repletos de angustia y tristeza reprodujeron, desde ángulos ligeramente distintos, las luchas de los jóvenes que vestían vaqueros azules y tocaban la guitarra en la aciaga época de la dictadura del desarrollo de mediados de los años setenta. En el momento en que esta nueva tendencia en el séptimo arte de Corea culminó en el género conocido como “película literaria de hostess” (que aborda el tema de las chicas de los bares de alterne y la explotación sexual), me alejé del mundo del cine. Entonces había más y más variadas formas de entretenimiento y, sobre todo, me estaba convirtiendo en un adulto. No es que haya dejado completamente de ir al cine, pero las películas nunca fueron más que un simple pasatiempo u otra forma más de ocio cultural.

En aquel momento mi interés se enfocaba en la poesía. Tal vez como latente legado de mi anterior amor por el cine, mi primera colección de poesía contiene una pieza que dice: “Si solo la música fluyera en los momentos cumbre de la vida de las personas, al igual que en las series de televisión”. El último filme que fui a ver con gran interés fue “Sopyonje”, de Im Kwon-taek. Con los hombros encorvados y el corazón palpitando de expectación, me uní a una larga fila para comprar el billete en frente del cine de Dansungsa.

Los pequeños cines de barrio, otrora puntos de encuentro entre las callejuelas de los mercados alaire libre, comenzaron a desaparecer uno por uno, y también dejó de verse al muchacho que silbabay gritaba junto con los adultos del público cada vez que la proyección se cortaba en la mitad de lapelícula, dejando a oscuras la sala.

Disfrutando del cine con mi hijo

En tiempos más recientes recuperé el hábito de acudir al cine, en este caso con mi hijo. Sobre el año 1998 las salas comenzaron a ser transformadas en multiplex por las grandes empresas. La era de los cines con una sola pantalla, que ostentaban la elegancia de un traje a medida, dio paso por la fuerza a los multiplex, que ofrecen una amplia selección de películas en un solo lugar, tal y como las prendas ya hechas. En consecuencia, el viejo método de distribución de las películas -con las copias circulando por los cines de estrenos, nuevas proyecciones y de doble función consecutivamente- se ha quedado obsoleto. A pesar del hoy modernizado sistema, no se permite a todos los títulos competir de manera justa. Mientras que a las películas rentables les son asignadas más pantallas para aumentar el número de proyecciones, los títulos menos comerciales se presentan solo un par de veces al día, generalmente a horas extrañas, antes de desaparecer por completo. Es por eso que mi hijo y yo disfrutábamos a veces del lujo de sentarnos en una espaciosa sala solo para nosotros, con el único problema de que las películas que veíamos las elegía él: filmes japoneses de terror.

Una encuesta de una empresa de tarjetas de crédito reveló en 2015 que una de cada cuatro personas compraba un único billete de cine, lo que refleja un reciente aumento en el número de espectadores que acuden a la sala sin compañía. Dicha cifra se corresponde aproximadamente con la proporción de hogares unipersonales de ese año, un 27,2 por ciento según la Oficina de Estadística de Corea. El panorama del cine ha cambiado con el tiempo, pero una cosa esencial permanece invariable: quienes van a ver películas, ya sea con o sin compañía, son personas incapaces de sentarse en casa y dejar que el mundo pase de largo frente a sus ojos. Su voluntad de salir y ver por sí mismos lo que hay más allá de sus limitados círculos privados, les empuja a sentarse junto a extraños en una sala oscura mirando a la pantalla. Les aburre su vida cotidiana y también sienten curiosidad por saber qué hay más allá. Solo desearía que no fueran arrojados de nuevo sin piedad a la dura realidad de la calle tras vagar por un mundo de ilusión y engaño durante un par de horas.

Lee Chang-guyPoeta y crítico literario
Shim Byung-wooFotógrafo

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