La cocina es un lugar donde la gente prepara y come comida, pero a veces se convierte en mucho más que eso -en estudio de trabajo para algunos, y en repositorio de recuerdos para otros. Algunos incluso pueden hallar rastros de su juventud grabados allí. En cada cocina, algo siempre se cuece, bien sea arroz, sopa o anhelo.
Una casa contiene mucha información sobre las personas que viven allí. La cocina, donde se llevan a cabo diversas actividades domésticas, es sobre todo un espacio práctico que brinda una nítida visión del estilo de vida y de los valores del residente. Un discurso sobre la cocina como tal lugar podría ser abordado centrándose en los cambios sociales y culturales. Aunque la cocina no puede ser el agente principal de esos cambios, sí los ha reflejado en algunos aspectos, aunque lentamente.
Examinar cómo el papel y la apariencia de la cocina han cambiado con el transcurso del tiempo, el medioambiente y el método de controlar el fuego, es una buena manera de comparar el estilo de vida y la cultura del pasado, presente y futuro.
Mientras, el aprendizaje intelectual ofrece poca profundidad porque las preguntas y la curiosidad que nos intrigan suelen estar fuera del ámbito del conocimiento sistemático. Una de esas preguntas podría ser: “¿Cómo usaban los hombres la cocina, que solía ser en su mayoría un lugar para mujeres, y cómo recuerdan su cocina?”
La cocina ha sido tradicionalmente un espacio para las mujeres, pero ahora los hombres también buscan el placer en la cocina, como espacio amigable.
La cocina ya no es un lugar común
Si un artista describe un lugar concreto por ser demasiado sombrío y monótono, o claramente brillante, no debemos tomarlo al pie de la letra. En muchos casos, los artistas son personas auto contradictorias, con talento para amplificar u ocultar las emociones. Incluso esos supuestos conflictos o enfrentamientos podrían no haber existido en absoluto. Esto sucede porque los artistas tienden a ver un lugar real superpuesto con sus paisajes mentales o internos. Esta distinta forma de relacionarse con un lugar suele ser más poderosa que cualquier análisis empírico, mejorando nuestra comprensión, atracción y empatía hacia las personas y los espacios.
René Magritte, pintor surrealista belga famoso por su obra “Esto no es una pipa”, entre otros, afirmó haber pasado mucho tiempo en su cocina, comiendo, pintando y recibiendo invitados. Él eligió no tener un estudio, pues lo consideraba un cliché artístico objetable, al igual que llevar bigote y boina lo era para algunos artistas parisienses. Prefería trabajar en la cocina de su pequeño apartamento, vestido con un traje. Golpeaba la mesa, o quemaba la mano en la sartén, o se daba con el codo cuando los que entraban y salían de la habitación abrían la puerta, y el accidente provocaba que su brocha aterrizara en el lugar equivocado del lienzo. A la hora de las comidas, tenía que dejar de trabajar y guardar todo su equipo, caballete, paletas, cepillos y otras cosas, y volver a montarlos después, repitiendo el mismo procedimiento varias veces al día.
Tal vez esto explique los objetos cotidianos de la cocina que a menudo aparecen en sus pinturas, incluyendo el queso bajo una cúpula de cristal en “Esto es un trozo de queso” o las baguettes volando como aviones en formación en “La leyenda de oro” representadas de forma surrealista, se hayan vuelto familiares a nuestros ojos por su inesperada ubicación. Paul Nougé, el poeta que inició el movimiento surrealista en Bélgica, declaró que la obra de Magritte haría ver al espectador que “el mundo ha sido alterado, que ya no hay cosas ordinarias”.
La cocina de Magritte ha sido conservada en su antigua casa en el distrito de Jette, a las afueras de Bruselas, y fue convertida en el Museo Magritte. Aquí el artista vivió con su esposa 24 años después de regresar de París en 1930, cuando fue expulsado del grupo surrealista francés por una pelea con André Breton, fundador y teórico del movimiento surrealista.
Si un artista describe un lugar concreto como demasiado sombrío y monótono, o claramente brillante, no debemos tomarlo al pie de la letra. En muchos casos, los artistas son personas auto contradictorias, con talento para amplificar u ocultar las emociones. Incluso esos supuestos conflictos o enfrentamientos podrían no haber existido en absoluto.
Una cocina donde la sopa bulle
En 1946, cuando Magritte terminó “Esto es un trozo de queso” en su pequeña cocina en Bélgica, un poeta coreano de veintitantos años publicó su primera colección de poesía titulada Ciervo. Nacido y criado en el período de modernización de Corea, el poeta Baek Seok se formó en la Escuela Osan y luego estudió literatura inglesa en la Universidad Aoyama Gakuin en Japón. Fue uno de los elegantes y bien educados jóvenes de un grupo de élite llamado “chicos modernos”, trabajó como editor de la revista “Mujeres”, publicada por el periódico Chosun Ilbo.
Considerando sus antecedentes, fue bastante inesperado que “se arrastrara a través de la encrucijada de Gwanghwamun, ostentando su doble chaqueta de color verde claro y su pelo oscuro y rizado ondulando al viento como las olas del océano Ártico” para celebrar y escribir poemas sobre la tradición coreana; particularmente sobre la cultura popular de su ciudad natal de Jeongju (aka Chongju) en la provincia norte de Pyongan. Mientras que el crítico Im Hwa criticó su poesía por regionalista, argumentando que no reflejaba las sensibilidades universales de la nación, Kim Ki-rim -otro crítico- aclamó su trabajo por mostrar el “rostro inocente de nuestra tierra natal”.
La poesía de Baek Seok es rústica en el sentido de que está arraigada en una infancia transcurrida en Jeongju, pero es claramente distinta de la trillada literatura rural. El poeta mantuvo una cierta distancia de sus experiencias infantiles para dejar que sus protagonistas hablaran de ellos a través de narraciones contenidas. Su poesía se caracteriza por un lenguaje rico basado en costumbres provinciales saturadas de creencias chamánicas, imagismo extremo, como el de las miniaturas flamencas, y un uso brillante del dialecto.
Para el poeta, la comida de su ciudad natal era algo ricamente evocador – en su antología Venado menciona hasta 46 platos distintos a lo largo de 33 poemas, con nombres de platos locales que incluso son desconocidos para la mayoría de los coreanos. La cocina, como fuente de creatividad, también aparece frecuentemente en sus poemas, y en sus ollas siempre algo bulle.
“Nos gustaría dormir hasta la mañana siguiente, cuando el olor fragante de muijinggeguk entrara por la puerta lateral y las ventanas de papel, con la cocina llena de cuñadas ruidosas”. (De “La familia en la aldea del zorro embrujado”).
“En la víspera de una gran fiesta, la cocina era fresca y brillante bajo la luz de la lámpara, la tapa de una olla de hierro chirriaba arriba y abajo, con una sopa de hueso de carne de res hirviendo en ella” (de “Una noche de los viejos días”).
Los poemas de Baek Seok a menudo describen escenas de cocina donde la sopa fragante siempre bulle en la estufa. Cuando algo hervía en la cocina, significaba comida caliente y habitaciones cálidas.
El anciano y viudo suegro está haciendo sopa de algas en la cocina. / La sopa para la madre reciente también hierve en otra casa solitaria del pueblo. (De “La frontera tranquila”).
En Corea, en los viejos tiempos, la cocina estaba situada generalmente al lado de la estancia principal, en los cuartos de las mujeres. Una estufa de arcilla era construida contra la pared, y pequeñas y grandes macetas de hierro se ubicaban en la parte superior. La madera se quemaba en el horno bajo la estufa para cocinar los alimentos y calentar las habitaciones adyacentes, enviando aire caliente a través de los conductos de humo por debajo del piso y hacia fuera a través de la chimenea. Cuando algo hervía en las ollas de la estufa, significaba habitaciones y comida calientes, representando la felicidad doméstica de una familia que funcionaba correctamente. Muijinggeguk, cuyo olor habría hecho que la boca del poeta se mojara en una fría mañana de invierno, es un plato nativo de la provincia de Pyongan del Norte. Una especie de caldo cocinado con rábano en rodajas y camarones fermentados con sal, que contiene tanto el gusto limpio del rábano, como el sabroso sabor del camarón.
Como un verdadero “niño moderno”, Baek Seok no faltaba en su recorrido por las calles de Gyeongseong (Seúl) del SXX bajo la ocupación japonesa, pero su gusto, su sentido del olfato y sus emociones brotaban de las tradiciones de un pueblo del norte de Corea del SXIX, donde “un chamán niño baila en la hoja de una guadaña para segar la paja” y la gente cree que “cuando los niños enferman por comer peras silvestres [dolbae] se curan comiendo moras [ddeolbae]”. Probablemente, su desgracia surgió de algún lugar entre la modernidad y la tradición, entre la pérdida de la nación y el colonialismo. A medida que el poeta crecía, pasando por cinco matrimonios arreglados, cambiando frecuentemente de trabajo y viviendo como un vagabundo, su poesía poco a poco se llenó de remordimientos y soledad, en vez de los cálidos recuerdos de su ciudad natal.
Roy F. Foster señala en su biografía de W. B. Yeats que la famosa frase de Napoleón “Para entender a un hombre, debes entender su mundo cuando tenía 20 años” se ajusta perfectamente a Yeats. Como poeta especializado en literatura inglesa, Baek Seok debió conocer la crisis de identidad del poeta irlandés en la infancia y su inclinación a los mitos y leyendas de su patria. Sin embargo, Baek Seok falló donde Yeats tuvo éxito, al encontrar su propia voz entre la agitación política y social. Al final, cuando la nación quedó dividida tras la Segunda Guerra Mundial y se vio obligado a elegir entre el Norte y el Sur, volvió a su ciudad natal en Jeongju, y sus altamente individuales intentos literarios terminaron allí. Más tarde, la historia de la literatura coreana describiría a Baek Seok en sus últimos años como “un poeta de lamento y resignación”, que con su exploración no logró ir más lejos del imaginario mundo virgen de los coreanos.
Un monje budista espera que la sopa hierva en la cocina del templo de Tongdo en Yangsan, provincia del sur de Gyeongsang. El autor de este artículo vivió una vez en el templo de Sangwon, en el monte Odae, en la provincia de Gangwon, cocinando alimentos y lavando platos para las personas que viven y trabajan allí.
Una cocina vacía
La antigua casa del poeta Seo Jeong-ju se encuentra en el barrio de Sadang, Seúl, y está inscrita en la Lista de Patrimonio de la ciudad. El poeta pasó los últimos 30 años de su vida en esta casa con su esposa. Su nombre, Midang, alude a “una casa incompleta” y, por extensión, a “una persona todavía en construcción”. Contrariamente a este humilde nombre, muchos coreanos consideran a Seo como el mayor poeta de la literatura coreana moderna.
En la casa, en una esquina de la cocina, se puede ver un recibo de la Comisión de Seguridad Comunitaria de 1978. Colgando de la pared hay una foto enmarcada del poeta y su esposa, sentados uno al lado del otro en el muro de piedra del jardín, vestidos con chaquetas tradicionales de verano hechas con ramio blanco, entrecerrando los ojos bajo el deslumbrante sol. Al dar un vistazo, junto a la esposa del poeta, Bang Ok-suk, hallamos un artículo de prensa escrito en su juventud con su propia receta de cangrejo marinado en salsa de soja: “Está hecho con cangrejos de agua dulce capturados en arrozales o arroyos. Cuando el viento frío sopla y el arroz crece maduro, los cangrejos comienzan a llenarse y les crecen las entrañas oscuras. Entonces se puede hacer delicioso cangrejo marinado en salsa de soja”.
Seo escribió cientos de poemas durante su vida, pero ninguno de ellos expresa sus pensamientos sobre la cocina. Es algo extraordinario para un poeta que observó “Los tres mil tazones de agua clara / que mi esposa colocó en la terraza de barro todos los días al amanecer / y rezó para que yo no amara a otra mujer” y se preguntó “¿Se llenará el tazón vacío con mi aliento si voy al cielo antes que ella?” (De “Mi esposa”).
Sin embargo, la decepción se alivia con el verso titulado “Poética”:
“La mujer buceadora de la isla de Jeju, que se gana la vida recogiendo abulones del fondo marino, deja los mejores bajo el agua / los guarda para el día en que su ser querido llegue. / Así que deja los mejores abulones poéticos allí. / ¿Cómo soportarás el vacío del agotado corazón de la poesía? Mirando al mar, ansiando alcanzarlo, eso es lo que hace un poeta.
Nadie saluda en la casa ahora. En la cocina del primer piso, hay una sola lata de cerveza sobre la mesa. Tras morir su esposa el poeta, de 85 años de edad, se negó a tomar cualquier alimento. En los tres meses antes de morir, sólo bebía cerveza, sentado solo en la mesa de la cocina. Fue mi propia esposa quien me contó esta historia. Parece que ella sabía cómo se sentía el poeta.
Una cocina de embarazosos recuerdos
En la Corea del SXX, donde la tradición patriarcal todavía afectaba a todos los hogares, los hombres rara vez hablaban de sus sentimientos por la cocina. Sin embargo, la mayoría de los hombres deben tener recuerdos asociados a ella. En mi infancia, solía estar de pie ante la puerta de la cocina examinando su oscuro y sucio interior cuando me aburría o tenía hambre. Mis ojos siempre se detenían en el armario, el único mueble de contenido oculto a la vista. Al abrirlo, me golpearía una mezcla del olor a aceite de sésamo y acre, salados o pescados, procedentes de las marcas redondas dejadas por botellas y frascos de varios líquidos desconocidos. Miraría con cautela antes de tomar una cucharada de miel del tarro y ponerla en mi boca, o sisar algunas monedas de la cartera de mi madre, escondida en la esquina del armario.
En mi adolescencia, la cocina a veces se convirtió en un lugar para hacer las tareas. Un día, cuando estaba cuidando el fuego en cuclillas frente a la estufa de barro, la chica que se sentaba a mi lado en la escuela apareció de repente y me miró, mientras permanecía apoyada contra el poste de la puerta. Por alguna razón desconocida, aparentemente había entablado amistad con mi hermana menor. Era tan tímido que no podía ni levantar la cabeza para mirarla, así que me quedé quieto en el suelo, inhalando el humo del horno. Ni siquiera pude darle las gracias por la pera salvaje verde que me había dado a la hora del almuerzo.
Cuando crecí, solía sentarme en el oscuro y húmedo suelo de la cocina, quemando leña y ocasionalmente revuelto para escribir las letras de mis canciones favoritas de la radio. Además, cuando fui al Templo Sangwon en el monte Odae, para convertirme en un monje budista en el invierno de mi vigésimo año de vida, fue en la estrecha terraza conectada a la cocina donde devoré unos fideos fríos que una anciana devota preparó para mí. Durante un tiempo me quedé allí, en la cabaña separada del templo, donde vivían monjes y leñadores. Trabajaba en la cocina haciendo fuego, cocinando sopa para los que moraban y trabajaban allí, y lavaba los platos. Pero entre las tareas domésticas, leía los poemas de Kim Soo-young en lugar de las escrituras budistas.
“Con dos habitaciones, una sala de estar, una cocina limpia, y mi pobre esposa bajo mi cuidado, ¡qué vergonzoso es vivir como los demás sólo en apariencia!” (De “Un centinela de las nubes”)
Cándido, honrado y sensible, Kim Soo-young podría ser considerado el poeta más riguroso de la historia de la literatura coreana, pues puso su vida y a él mismo bajo el microscopio poético, que describió con las más honestas palabras. Éste fue el mundo que encontré cuando tenía veinte años.