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2020 SPRING

Reportaje Especial

Vivienda actual:moradas de sueños y deseosReportaje Especial 1Habitaciones llenas de recuerdos

En el pasado, residir en habitaciones alquiladas contiguas era símbolo de vida urbana agobiante, mientras que las familias que compartían un mismo techo evocaban imágenes cdoras. Ahora que como estilo de vida predominan los edificios de gran altura, aquellas viejas habitaciones alquiladas generan nostalgia.

Mis padres comenzaron su vida de casados en el salón de la casa de mi tío. Eso fue hace unos 50 años. Luego, cuando nació mi hermano mayor, se mudaron a una habitación alquilada en la casa de un vecino. La casa tenía una gran puerta de entrada y un patio con habitaciones a tres aguas. La familia del arrendador usaba el ala principal y alquilaba las dos alas laterales. Mi familia vivía en la habitación del final del ala derecha.

Mi madre todavía habla de esos días: “Los únicos utensilios de cocina que teníamos eran un armario de madera contrachapada y una estufa de queroseno”. A eso agrega sin falta que la casera y las otras anfitrionas adoraban a mi hermano y se turnaban ansiosamente para llevarlo sobre sus espaldas.

Yo nací en esa casa. A veces, trato de imaginar el día en que vine al mundo. Era a finales de febrero, por lo que no habrían escatimado en briquetas de carbón para mantener la habitación caliente a medida que se acercaba la fecha. ¿Quién habría sido la primera persona en recibirme del útero de mi madre? ¿Qué pensarían aquellas personas al oírme llorar?

“Jungnim-dong, Seúl” (1990) por Kim Ki-chan Jungnim-dong, próximo al antiguo centro de Seúl, conserva el aspecto y la atmósfera de un típico barrio de la década de los 60 en esta foto de los 90. Mantiene sus estrechos callejones y empinadas escaleras, donde los carros y los cuerpos fuertes son la única forma de mover objetos.© Choe Gyeong-ja

En torno al grifo comunal
Cuando pienso en esa vieja casa en Suwon, capital de la provincia de Gyeonggi, la primera imagen que me viene a la mente es la bomba de agua comunitaria en mitad del patio. Era un toque comunal. Mi madre cebaba esa bomba, usando todas sus fuerzas para mover el mango hacia arriba y hacia abajo. Cuando el agua salía, empujada desde el subsuelo, todas las mujeres se sentaban en círculo y lavaban la ropa. Me gustaba sentarme en su estrecha cubierta y mirarlas. Esperando nuestro turno en la bomba, todos nos lavábamos la cara y nos cepillábamos los dientes. Pero fue hace tanto tiempo que no estoy segura de si esas imágenes provienen de mi memoria o son mera ilusión, resultado de capas de imágenes acumuladas durante años.

Di mis primeros pasos en ese patio, y por allí seguí moviéndome hasta que pude correr. Me sentaba en el patio, dibujando imágenes en la tierra con los dedos, y haciendo que mi ropa estuviera perpetuamente sucia. También recuerdo llorar cuando los chicos del vecindario iban a jugar a las colinas detrás de la casa y se negaban a llevarme con ellos. Mi hermano, tras haber visto de reojo la tele de la familia del propietario, iba directo a su habitación tan pronto como despertaba por la mañana. Cuando mamá iba a buscarlo por la noche, a menudo la avergonzaba montando un escándalo y llorando porque no quería volver a la nuestra.

El año que nos mudamos a esa habitación alquilada, mamá abrió una cuenta de ahorros por cinco años. Al año siguiente abrió una cuenta de cuatro años, al año siguiente una cuenta de tres, y así sucesivamente. Cuando pasaron cinco años y las cinco cuentas de ahorro vencieron a la vez, ella retiró todo el dinero y nuestra familia compró una casa. Así pudo cumplir su sueño. Nuestro antiguo vecindario no tenía escuela primaria y ella se había prometido a sí misma mudarse antes de que mi hermano alcanzara la edad escolar. “Es posible que hayamos ahorrado y escatimado, pero todavía os damos un huevo cada día”, nos reiteraba a mí y a mi hermano más de cien veces.

“Jungnim-dong, Seúl” (1980) por Kim Ki-chan Niñas cantan y juegan a la goma elástica en un callejón del vecindario después de la escuela, escena poco común en estos días.© Choe Gyeong-ja

Deseos de madre
Nuestro nuevo hogar estaba tan cerca de nuestra escuela que podíamos ir a casa durante los descansos a buscar cualquier cosa que hubiéramos olvidado. Recuerdo vagamente el día que nos mudamos a esa casa. La puerta principal se abría al patio, que no tenía árboles ni hierba. Solo había una letrina en una esquina. Mientras los adultos estaban ocupados llevando nuestras cosas a la casa, me detuve a imaginar que el patio tenía un gran árbol y un columpio. También me imaginaba cuidando las flores con mi madre. Creía que mis padres pronto conseguirían eso para su amada hija, pero la realidad no fue así. Mis padres despejaron el patio y construyeron una tienda. La casa estaba torpemente dividida por la mitad y mamá abrió un restaurante en la tienda. Mi decepción no acabó allí. La casa tenía tres habitaciones y, pese a todo, no me dieron una propia. Mis padres dormían en la habitación del restaurante, y mi hermano y yo dormíamos con la abuela en la habitación principal. Las otras dos habitaciones fueron alquiladas. La pareja en la habitación más pequeña tuvo un bebé. Pero cuando empezó a gatear y echó a andar, pero aún no corría por el pasillo de madera, se mudaron.

El restaurante de mi madre fue un éxito. Compramos un televisor y también una nevera. Luego, años más tarde, agregaron a la tienda un segundo piso con tres habitaciones. El almacén ubicado a la izquierda de la puerta principal fue derribado y allí construyeron otra habitación. Mis padres se convirtieron en propietarios de pleno derecho. Levantaron otro edificio al lado del restaurante y allí se instaló un taller de carpintería. El carpintero me hizo una espada de madera que yo siempre llevaba en la cintura. Jugaba en el patio de la escuela hasta el anochecer, y de nuevo mi ropa estaba siempre sucia. Mi madre me azotaba y me regañaba por ser tan descuidada. Pero en parte me gustaba cuando lo hacía. Realmente no me estaba azotando, sino que solo trataba de quitarme la suciedad de los pantalones.

Los que alquilaban habitaciones en nuestra casa venían de todo el país. Les preguntaba su procedencia y luego buscaba esos lugares en un mapa. Todos usábamos la letrina del patio, así que, naturalmente, todos nos cruzábamos en un constante ir y venir. Si tuviera que elegir al inquilino más difícil de olvidar, sería el borracho, de eso no hay duda. Sus ojos estaban constantemente inyectados en sangre, y en verano solo llevaba una camiseta blanca y pantalones cortos de ramio. Cuando nuestros ojos se encontraban, me saludaba amistosamente. Y de vez en cuando una mujer, aparentemente su esposa, venía a verle y discutían toda la noche. El hombre murió en su habitación. Fue la primera vez que vi una muerte.

Los que alquilaban habitaciones en nuestra casa venían de todo el país.

Les preguntaba su procedencia y luego buscaba esos lugares en un mapa.

“Haengchon-dong, Seúl” (1974) por Kim Ki-chan En los primeros años de la industrialización, era muy común que varias familias compartieran casa y cada una ocupara una habitación en alquiler. Generalmente había un grifo comunal y una o varias terrazas en el patio para las tinajas de alimentos fermentados.© Choe Gyeong-ja

Semillas de mis historias
Mi sueño era mudarme de una casa a otra. Siempre envidiaba a los nuevos estudiantes que acababan de llegar al vecindario. Ir a una nueva escuela, volver a hacer amigos, entrar al aula con otra maestra y presentarme a compañeros desconocidos… La sola idea era aterradora, pero era algo que ansiaba hacer al menos una vez. Viví en la misma casa durante toda la primaria, la secundaria y la preparatoria. Como estudiante universitaria, viví un tiempo fuera de casa, pero luego volví.

Después de que mi hermano se casara y consiguiera su propio espacio, mi padre se mudó a la antigua habitación de mi hermano. Luego, cuando hace unos 10 años yo me fui, él se mudó a mi antigua habitación. La habitación de mi hermano se convirtió en almacén. Caí en la cuenta de que solo cuando sus hijos se habían independizado, uno por uno, mi madre y mi padre habían podido tener una habitación propia. Mi madre, con ocho hermanos, nunca había tenido una habitación para ella, y lo mismo mi padre, en cuya familia eran cinco hermanos. Después de eso, al ver a gente de la edad de mis padres por la calle, a menudo me preguntaba: ¿cuándo habrán logrado esas personas tener una habitación propia? ¿Nacieron en familias numerosas como mis padres y también comenzaron su vida de casados en una habitación alquilada, tuvieron hijos y después trabajaron hasta dejarse la piel para que sus hijos tuvieran su propia habitación? ¿Acaso leyeron libros infantiles como “World Classics for Boys and Girls”? Es posible que algunas personas nunca tuvieran una habitación propia en toda su vida, durante 70 u 80 años. Algunas quizá comenzaron a disponer de una habitación para ellas solo tras fallecer su cónyuge.

Mis padres aún viven en la misma casa. Es una casa desgarbada, ya que añadían habitaciones de alquiler cada vez que mis padres acumulaban cierta suma de dinero. El vecindario es viejo y ahora está deteriorado, por lo que no es fácil encontrar huéspedes. A menudo voy a cenar con mis padres. Durante muchos años pasé la víspera de Año Nuevo en su casa. Quería despertarme por la mañana y saludar al estilo tradicional a mi nuevo año: “¡Que el Año Nuevo traiga muchas bendiciones!” Pero eso no duró mucho. Cada vez me sentía más cómoda en mi propio espacio, y ahora rara vez duermo en casa de mis padres.

Viví en esa casa hasta los 40 años, pero curiosamente solo recuerdo los días de mi infancia allí. Recuerdo el día que jugaba gomujul nori (saltar a la goma elástica) en el callejón con otros niños cuando mi hermano se me acercó y me susurró al oído: “Está aquí”. La televisión en color que tanto habíamos estado esperando había llegado. Todavía puedo recordar claramente la felicidad de ese día. Corrí a casa lo más rápido que pude. Es como si esa niña que jadeaba mientras veía la nueva televisión a color aún viviera en esa casa.

Los que se mudaban constantemente, los que discutían y se divorciaron, los que robaban por la noche y se iban sin pagar el alquiler, y aquellos que fueron arrastrados por la policía, esas personas fueron mis vecinos. Esas personas se convirtieron en la semilla de mis novelas. Así pude dar forma a mis historias.

Yoon Sung-heeNovelista

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