Durante medio siglo, Seok No-gi ha trabajado como herrero en Yeongju, una pequeña ciudad asentada en una meseta donde convergen ondulantes cordilleras. Sus aperos de labranza artesanales, llamados homi, tienen una gran demanda online en tiendas globales como e-Bay o Amazon. Su arado manual con cuchilla en ángulo es una versátil herramienta de jardinería, y más útil que una azada normal.
Herrería Yeongju, provincia de Gyeongsang del Norte. El herrero Seok No-gi afila la hoja de un homi, azada manual, para dar forma al metal calentado. Comenzó a trabajar como herrero a los 14 años y abrió su tienda actual junto a la estación de Yeongju, que opera desde hace 43 años, con solo 23 años.
“Cuando escuché por primera vez que se vendían grandes cantidades de mi homi en Amazon, pensé en un grupo de mujeres coreanas de mediana edad arando la tierra en la jungla del Amazonas”, recuerda Seok No-gi.
El único “Amazon” que el herrero conocía hasta entonces era la selva tropical. Pero pronto se familiarizó con “el otro Amazon” cuando sus homi fueron elegidos como una de las diez mejores herramientas de jardinería de esa tienda en línea internacional, y le otorgaron la etiqueta de “Amazon’s Choice”(Favorito de Amazon). El año pasado, más de 2.000 azadas de mano producidas en su herrería llegaron a clientes de todo el mundo a través de esa popular tienda en línea.
Mientras habla, Seok contempla su sencilla herramienta con el logotipo de Youngju Daejanggan (Herrería Yeongju). Pero no parece comprender plenamente la naturaleza de este fenómeno.
“Escuché que en muchos países extranjeros donde la jardinería es un pasatiempo popular, tienen herramientas manuales como paletas y rastrillos, pero nada parecido a esto, con una hoja en ángulo”, afirma. “Parece que el mango curvo de homi induce menos presión en la muñeca y los trozos de arcilla no se adhieren tanto a la hoja como con una pala normal”.
Herramienta de horticultura estilo coreano
Seok fabrica azadas de mano de diversos tamaños y formas. A menudo adapta sus productos a las preferencias de los clientes.
La historia de uso de esta herramienta coreana autóctona en el extranjero es más que una simple sorpresa, al menos para las generaciones de coreanos que recuerdan a sus madres mientras las usaban para trabajar en el campo. El homi solía ser una necesidad en cada granja para tareas agrícolas concretas, que en su mayoría eran realizadas por mujeres. Las madres salían a los campos temprano por la mañana y trabajaban todo el día hasta el atardecer. Usando esa pequeña pero versátil herramienta, alzaban la tierra para plantar las semillas de los cultivos del año, eliminaban las malezas que pudieran dificultar su crecimiento, excavaban los cultivos con su final puntiagudo y hacían surcos o los nivelaban con su redondeado borde.
Es imposible mantener el pecho y la espalda en posición vertical mientras se usa el homi. Enfrentarse a la tierra con una herramienta en la mano significa girarse hacia la tierra con el cuerpo laxo y encorvado. Las espaldas encorvadas de las madres que trabajan en los campos recuerdan a la hoja curva del homi. Hay algo triste en esa redondez, es como la inclinación de una persona que intenta enderezarse pero no puede. Solo ver las espaldas que trabajan para preparar la tierra hasta ver crecer la vida, despierta emoción.Por tanto, al conocer al herrero que lleva 52 años creando incontables homis, vienen a la cabeza múltiples preguntas. ¿Qué verá en su trabajo? ¿En qué piensa cuando da forma y moldea una pieza de metal caliente? ¿Qué piensa de un trabajo que le obliga a estar en comunión con el agua, el fuego, el aire y el metal para producir un arado manual?
Uso individualmente distinto
“Con una cuchilla como esta, parece que la suciedad se amontonará en vez de separarse. ¿Podrías hacerlo más plano aquí? ¿Y con la punta más afilada?”, pregunta un cliente mientras examina un homi de un estante. Desea que el borde convexo de la hoja triangular sea aplanado y la punta afilada. Aparentemente acostumbrado a aceptar solicitudes, Seok toma la herramienta del cliente y se dirige al horno. Enciende el fuego con un golpe fuelle y cuando las llamas comienzan a elevarse, las observa durante un rato antes de poner la herramienta en el horno.
“Cada uno tiene su propia forma de trabajar con esta herramienta. Aunque puedan usar el mismo homi, la forma en que cada uno ara la tierra es diferente. Es por eso que algunos de mis clientes tienen un nuevo homi adaptado a sus preferencias tan pronto como lo compran”, explica, y agrega con orgullo: “Este lugar es distinto de una ferretería, que solo vende artículos ya confeccionados”.
Observando el fuego, la mirada en sus ojos cambió en un instante, antes de tomar un par de pinzas y sacar la herramienta aún caliente. El fuego ardiente parecía seguir atrapado en el candente metal. Entonces coloca el metal en el yunque y comienza a golpearlo con un martillo, girándolo aquí y allá. El sonido metálico al golpear se cuela a través de la herrería y las chispas vuelan en todas direcciones. A medida que el resplandor rojo se desvanece, la hoja va cambiando de forma gradualmente, mientras el cliente asiente con aprobación.
Atrapar el momento
Ver las llamas tragándose un trozo de metal es similar a ver inducir una absorción al trance. Entonces, Seok pone en el horno un pedazo de hierro tan grande como el puño de un hombre y vuelve a observar las llamas. El hierro se derrite aproximadamente a 1.500 ° C, y el herrero debe aprovechar el momento en que el metal se vuelve maleable, justo antes de fundirse. El único medio para leer la temperatura dentro del antiguo horno de Seok, que carece de termómetro, es su intuición.
“Observo el color del metal para leer su estado. Si todavía está rojo, tiene que calentarse por más tiempo. Si está rojizo como la luna significa que aún es demasiado duro, por lo que has de esperar hasta que se ponga tan blanco como el sol. Más allá de ese punto, sin embargo, el metal se derrite y no se puede hacer nada con él”, destaca.
Mientras intentaba procesar su percepción de la luna como rojiza y del sol como blanco, empezaron de nuevo los golpes. Pero esta vez no era un martillo normal, sino un martillo de forja automático, que se movía arriba y abajo con ritmo regular. Seok colocó una pieza de metal caliente debajo para darle forma. El golpeteo rítmico de la máquina y el rápido movimiento de sus manos girándola repetidamente hasta obtener la forma deseada, bailaban en maravillosa armonía. Bajo ese ritmo creó una cuchilla triangular y, un trozo de metal, estirado como un caramelo, formó el vástago para conectar la cuchilla al mango. Después de que el metal obtuviera una forma aproximada, lo calentó nuevamente hasta afinar su talle y terminar la cuchilla.
“En una fundición, las piezas se hacen vertiendo metal fundido en moldes, pero en una herrería es completamente distinto, pues el metal se calienta, se golpea, se estira y se forja a mano”, afirma Seok.
Golpear implica una serie de procedimientos interrelacionados: controlar el fuego para remodelar el metal, controlar el aire, y transformar la calidad innata del metal.
“El aire soplado por el fuelle crea pequeños orificios en el metal fundido. El golpeteo ayuda a rellenar esos agujeros y crea una densidad uniforme en toda la superficie. Es por eso que los herreros del pasado solían golpear el metal en bruto hasta cientos y miles de veces. Pero no he seguido mucho esa técnica, pues desde el principio opté por un martillo neumático”, recuerda Seok.
Conocer el metal es un requisito previo para este trabajo. No importa cuán experimentado pueda ser un herrero, nunca puede discernir su calidad con solo mirarlo.
Golpear y templar
“No se puede saber con precisión cuán fuerte es una pieza de metal hasta que la calientas y la golpeas. Por más que parezcan iguales, todos los metales tienen propiedades distintas, al igual que hay muchas variedades de arroz. Algunos son fuertes pero se rompen fácilmente, mientras que otros son fuertes y resistentes a la rotura, lo que los hace buenos para las hoces o las espadas”, explica Seok.
Para hacer su homi, Seok utiliza resortes de hojas recicladas de vehículos. “Mi material favorito es el acero, algo que otros herreros rara vez usan”, asegura. “El acero es tan duro y denso que es más difícil de manejar que el hierro. Pero las herramientas hechas de metal blando tienden a estar dobladas por los bordes en vez de ser afiladas. Usted perdería la confianza del cliente si vende esos productos. ¿Repararlos? Eso era posible en el pasado. Tradicionalmente un homi solía pesar unos 500 gramos, lo que significaba que había suficiente material para estirar los bordes y obtener una cuchilla más afilada. Aunque también podríamos añadir chatarra a los bordes y afilarlos. Pero hoy en día las personas prefieren herramientas más ligeras, que pesen entre 200 y 300 gramos, y son demasiado delgadas como para repararlas”.
Seok opina que el valor de las herramientas metálicas se determina mediante el templado, un método de tratamiento térmico basado en sumergir brevemente el metal recalentado en agua fría. Aunque el filósofo francés Gaston Bachelard describió el templado como el proceso de “encerrar fuego en el hierro con agua fría para encerrar a la bestia salvaje del fuego en la prisión de acero”, Seok afirma que más allá de la descripción, es una habilidad. Dependiendo de la naturaleza del metal, su espesor, temperatura y otras condiciones, el templado puede durar menos de un segundo o mucho más. Conocido como “la gloria suprema de la herrería”, es un proceso crítico que determina la durabilidad del metal. Tanto es así que antiguamente, los herreros completaban ese proceso en la tranquila soledad de la noche. De hecho, no les debió ser nada fácil negociar con esos dos extremos -el agua y el fuego- para obtener lo mejor del material.
Seok explica cómo usar las pinzas para poner las cuchillas dentro y fuera del horno, y el martillo para golpear el metal calentado en el yunque.
El herrero asegura que la parte más difícil de su carrera fue soportar el arduo trabajo día tras día. Sus dedos torcidos atestiguan la dureza de su vida.
La batalla contra uno mismo
El templado se realiza sumergiendo el metal caliente en agua fría. Un herrero precisa larga experiencia y habilidades intuitivas para realizar correctamente un proceso que determina la resistencia del metal.
Seok puso un pie por primera vez en una herrería con 14 años, cuando fue a ayudar a su cuñado que era herrero. Eran tiempos de tanta pobreza que, cualquiera que pidiera prestado un saco de cebada en primavera, debía devolver saco y medio en otoño.
Pero empezar como herrero no fue fácil. “Tienes que dar forma al metal antes de que se enfríe. Incluso cuando los pedazos de metal caliente caen en el dorso de tu mano, no hay tiempo para retirarlos porque si el metal se enfría, tienes que calentarlo de nuevo”, recalca Seok. “Un día, en mi adolescencia, cuando estaba aprendiendo el oficio, las chispas volaron hacia uno de mis ojos. Palpé el ojo con mi mano enguantada y vi que el guante estaba empapado de sangre. Cubrí el otro ojo con la mano para ver si todavía podía ver. Podía, así que seguí trabajando, pensando que al menos mi ojo no se había salido”.
Al preguntarle cuál había sido el mayor obstáculo de su carrera, si el trabajo duro, las personas con las que interactuaba, los bajos ingresos o cualquier otra cosa, responde que el hecho de tener que seguir trabajando, sin importar qué pase.
“Mi sueño era poder ganarme la vida y tener dos meses de descanso, o incluso un mes cada verano”, rememora.
“Solía preguntarme por qué tenía que trabajar en el horno cuando todos los demás parecían manejarse bien en otros trabajos. Mi queja fue en aumento cuando logré comprar una casa para mi familia. Decidí abrir una pequeña tienda en la esquina, pero finalmente abandoné ese plan. No estaba seguro de poder mantener a mi familia de esa manera. Pero trabajando como herrero, al menos podía mantener la cabeza fuera del agua”.
Aunque había trabajado y luchado tanto por convertirse en un maestro herrero, también llegaron nubes oscuras en un momento dado. El desarrollo de las máquinas agrícolas redujo radicalmente la demanda de herramientas hechas a mano, y los productos chinos de bajo coste invadieron el mercado. Sin embargo, él se aferró a su oficio.
“Algunos pueden dar por sentado que de cada mil homi, al menos uno puede tener un defecto. Pero yo no puedo aceptarlo”, comenta. “Puede ser uno de cada mil para mí, pero para el cliente es único, porque hoy en día pocas personas tendrían dos homi”.
A medida que el sector remitía, trató de encontrar un nuevo mercado. En los viejos tiempos, cuando casi todo el trabajo se hacía a mano, fue lo suficientemente innovador como para invertir una suma considerable en comprar una casa y una máquina cortadora de metales. Esta vez, halló salida a la crisis al encontrar a alguien que podía administrar sus ventas online.
“Hace más de 10 años que empecé a vender online. A menudo me decían que algunos de mis homi se vendían en Estados Unidos. Cuando los clientes comenzaron a hablar sobre mis productos, hubo un aumento gradual de pedidos”, contrasta Seok. “Con el tiempo llegaron a Amazon, pero eso no sucedió de la noche a la mañana. Ahora, también se exportan a Australia. Parece que hay buenas noticias todos los días... Pero actualmente la producción no alcanza a satisfacer la demanda. Ningún joven quiere aprender el oficio. Tengo algunas personas que me ayudan, pero son bastante mayores y no sé cuándo van a renunciar. Podría ser este mes, o el siguiente. También voy perdiendo fuerza cada año. Probablemente, la nuestra sea la última generación de herreros de este país”.
La acalorada respiración del herrero mientras golpea el metal al rojo vivo se superpone con los suspiros lastimeros de las madres que trabajaban con sus dedos hasta el hueso, mientras cada una gasta una hoja de homi al año.
Una vida honesta
Elegidos como ‘Top Ten Tools’ de Amazon y bajo la etiqueta “Amazon’s Choice”, los arados de mano hechos por Seok No-gi son populares en muchos países.
Ahora sonríe mientras su rostro dibuja una mezcla de orgullo y arrepentimiento. “Me cuidé financieramente desde que tenía 14 años. Abrí mi tienda aquí mismo a los 23. Creé una familia, compré nuestra casa y crié a tres hijos, dándoles a todos una educación universitaria”, destaca. “Mi esposa y yo nunca tuvimos que pedir dinero prestado a otros. ¿Un hombre sin educación como yo hubiera podido convertirse en alguien importante como un político, un médico o un juez? No, nunca he soñado con eso. Simplemente trabajé duro, y siempre me dije a mí mismo que no me quedaría atrás. Aunque tal vez nunca sea un líder, estoy satisfecho. Creo que he tenido una buena vida”.
Seok hablaba de ser autosuficiente en un mundo donde constantemente deseamos lo que otros tienen. “Tal vez porque he pasado mucho tiempo ante el fuego, todavía tengo buena vista. A mi edad, todavía no necesito gafas para leer”, comenta entre risas.
Iluminados por la fuerza de las llamas, sus ojos brillan como la luz de la luna, ¿o era la luz del sol? Ahí está él, con su físico pequeño pero sólido, con su rostro suave pero resuelto. Su voz se eleva con una excitación ronca a la vez que comparte su historia, mientras sus dedos se retuercen como los mangos curvos de los innumerables homi que ha creado. El hombre cuya vida fue forjada por el fuego y el hierro, me recordó nuevamente a las madres agachadas en cuclillas en los campos excavando la tierra con sus homi. La acalorada respiración del herrero mientras golpea el metal al rojo vivo se superpone con los suspiros lastimeros de las madres que trabajaban con sus dedos hasta el hueso, mientras cada una gasta una hoja de homi al año. Entonces entendí por qué mis ojos y mi corazón se detuvieron en los estantes de esa herrería, dispuestos con simples azadas de mano.